
Soñé una lluvia de estrellas, en el lugar donde descansan mis recuerdos…
y el tuyo ahí, el más presente de todos, el más vivo de todos, el más enterrado de todos.
Te miré, me miraste.
No fue hasta que me quite los pantalones (yo que sí los tengo), que te acercaste.
Atinaste a decir:
-Te ves tan bonita y sencilla.
Pero no eran tus palabras, era otra voz la que hablaba desde tu garganta.
Entre el saludo cordial y el genuino interés por saber de nuestra existencia mutua, descubrimos que hay un universo de cosas que contarnos, pero elegimos callar.
El silencio fue fracturado por un fugaz diluvio estelar. Atónitos, corrimos para reencontramos con la tierra, en la tierra, en busca de cada estrella caída, recogiéndolas una a una, y guardándolas junto al corazón. En ese momento descubrimos nuestra nueva identidad: cosecheros de estrellas.
Acuerpando las estrellas de la tierra, una risa que un tiempo se volvió de nadie, volvió a ser compartida.
Entonces, inconvenientemente, desperté.