martes, 7 de mayo de 2013

S


Se acercó por detrás y le dijo: 
-Me embriaga  tu olor a café cargado, a cigarros y a libros viejos, la forma en que invocas a los insectos con cada paso que das, pero sobre todo, me arrebata el sabor a destrucción que te caracteriza.
Ella lo miró, le sonrió, olió su barba y dijo: -Te idolatro.
Agregó:
- Por favor, muérete pronto-, cuando le clavó tres veces su aguijón en medio de la garganta. 

lunes, 6 de mayo de 2013

miércoles, 6 de febrero de 2013

El lenguaje a veces me parece oculto e inaccesible. Conozco muchas palabras, pero pareciera que me está vedada la capacidad de decir concretamente lo que quiero decir. Aprender a nombrar sigue siendo una tarea pendiente.

sábado, 11 de agosto de 2012

Réquiem para el Suadimóvil II


Cuando los cronopios tienen accidentes bicicletísticos en verano, lo primero que hacen es fijarse que el RTP que los atropelló  no tenga propaganda de ningún partido político. 

Una vez cerciorados de lo anterior, mientras esperan que llegue el famita neoliberal representante de las compañías de seguros, los cronopios se sientan en la acera e indistintamente leen a Marcuse y le echan una ojeada a los restos de la bici que les dio tanta libertad.

Además, el cronopio que chocó,  llama a otro cronopio para hacerle bulla juntos al fama de los seguros y para que el cronopio que no chocó le pegué una nota echa en cuaderno al carro del famita que dice “y todo se reduce a la guerra” adherido con una calcomanía de “no a la guerra”, siendo el mensaje doble, porque el capitalismo también es guerra.
Acto seguido, el famita se enfurece y les grita a los cronopios que maduren mientras arranca la calcomanía y la tira al piso pataleando.

Los cronopios se alejan. Uno de ellos con lágrimas en los ojos, sosteniendo el cheque del seguro de 800 pesos que únicamente le servirá para comprar miles de post-its de colores.

viernes, 22 de junio de 2012

Cortázar también es#132


Paseándose lenta y solidariamente entre las marchas estudiantiles de la “primavera  mexicana”, el fantasma de Cortázar fue rápidamente avizorado por un ambicioso y joven reportero, quién no dudó en acercarse para obtener una entrevista de la célebre ánima. Mientras se acercaba, iba pensando que quizá este reportaje lograría sacarlo de la  mediocre rutina de la cápsula diaria sobre el tráfico en el noticiero de las 10 am, ganar un premio nacional de periodismo, volverse titular del noticiero de las 10 pm y quizá tras el reconocimiento obtenido, por fin invitar a salir a la guapa morena que da las noticias sobre el clima.

-Señor Cortázar-increpó el periodista al espectro del escritor, acercando demasiado el micrófono a la etérea  figura- ¿qué piensa de las movilizaciones estudiantiles? ¿Cómo ve al movimiento #132? ¿Realmente es apartidista y de organización horizontal o es más bien sólo producto de la coyuntura electoral? ¿Hacia dónde piensa que deberían dirigirse sus aspiraciones? ¿Cuáles cree que sean sus posibilidades reales de acción y transformación?

El periodista lanzó las preguntas a la misma velocidad que se lanzaban los flashazos de la cámara contigua.  Julio Cortázar aspirando suavemente el humo de su cigarrillo y respondió pausadamente:

-“Hacemos cosas, pero contarlo es difícil porque falta lo más importante, la ansiedad y la expectativa de estar haciendo las cosas, las sorpresas tanto más importantes que los resultados[…].
Contar lo que hacemos es apenas una manera de rellenar los huecos inevitables, porque a veces estamos pobres o presos o enfermos, a veces se muere alguno o (me duele mencionarlo) alguno traiciona, renuncia, o entra en la Dirección Impositiva.  Pero no hay que deducir de esto que nos va mal o que somos melancólicos.  Vivimos en el barrio de Pacífico, y hacemos cosas cada vez que podemos.  Somos muchos que tienen ideas y ganas de llevarlas a la práctica[…]. En el fondo nos importa poco, lo único que vale es hacer cosas, y por eso las cuento casi sin ganas, nada más que para no sentir tan de cerca la lluvia de esta tarde vacía.”

El fantasma de Cortázar dio por terminada la entrevista y siguió su marcha. El periodista quedo ensimismado y absorto en sus pensamientos: La respuesta no gustaría a las televisoras.  Comprendió que terminaría quedándose con la diminuta cápsula diaria sobre el tráfico en el noticiero de las 10 am y sin atreverse a dirigirle la palabra a la guapa del clima.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Distancias

La distancia entre nosotros no puede medirse ya por metros, kilómetros, millas, codos ni yardas; se mide únicamente por domingos. 267 domingos existen ahora de distancia entre tu pensamiento y el mío.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Montaña sagrada, individualismo profano.

Estábamos ahí.
Caminaba incrédula ante la idea de que ese lugar sagrado por siglos y por miles de hombres adorado estuviera a punto de ser destruido. Pero lo sabía y por eso mis pies andaban con mayor ansiedad. Nos dirigimos al punto exacto de nuestro destino, a aquella pared de roca creada por la naturaleza, para con sólo nuestras manos y piernas escalarla, para subir a la cima de la cima.

Lo hacíamos porque esperábamos alcanzar la promesa que ofrecía subir a la cumbre: ver desde ahí el lugar en donde se encontraban de frente el norte y el sur de la geografía de los pensamientos, mirando por supuesto más allá de los ojos, mirando con todos los sentidos, mirando con el corazón.

Al intentar escalar resbalaba, pues húmedas estaban mis ropas y mi cuerpo. Retrocedí y decidí esperar a que se secaran el rastro tanto de la lluvia como de las lágrimas. Mientras esperaba, caminé por un sendero que me dio una perspectiva distinta de la montaña, vi desde ahí otras dos protuberancias que formaban parte de ella. Parecían mucho más terrenales que la cima de la cima, aunque tenían un ligero olor a divinidad.

Me paré en medio del camino, giré mi cabeza hacia un lado, hacia una de las protuberancias. Un grito que no pudo ser, pero que acabó convirtiéndose en suspiro, dio paso al pestañeo y la frotación de los ojos, pues creía estar confundida.

Pero la imagen aún seguía ahí. Había dos árboles, casi secos ya, que se miraban frente a frente y con sus ramas prácticamente carentes de hojas, se tocaban. El atardecer dotaba al color café de su tronco y ramas de una tonalidad dorada. En medio, entre ellos, estaba suspendida una figura circular dorada también: el sol que bajaba de su cenit.

Cuando el astro desaparecía dejando todavía un último rayo de luz, volteé hacia el otro lado. Vi, con la creciente oscuridad, una pierna salir de entre unas mantas y levantarse contra el horizonte, después le siguieron unos brazos, después varias cabezas. Pensé que el olor a divino me había mareado. Intrigada me acerqué. Las cabezas, las piernas y los brazos se habían multiplicado. Eran muchos niños. Vi entonces lo que antes había pasado desapercibido. Quién sabe cómo, quién sabe cuándo, la montaña se había vuelto hogar también de varios niños y adolescentes sin techo.

Con la sorpresa de ver un extraño, se aproximaron a mí. Me rodearon, hablando, bueno, más bien gritando todos a la vez. No sé como lo supe, tal vez ellos lo dijeron, pero me di cuenta que tenían una enfermedad incurable. Uno de ellos me enseñó unos papeles amarillentos, sacados de un folder todavía más amarillento: - Con esto, me dan medicina gratis. Estoy muy orgulloso de mis papeles. Mira, ¡aquí hay una firma! - me dijo mientras la señalaba con su dedito.

Era demasiado para mí, traté de alejarme. Lo hice apresuradamente, algunos me seguían mientras otros jugaban y se correteaban entre ellos. Otro de los niños, uno de los mayores, me dijo: - A veces también nos dan unas cosas, como drogas para el dolor, ¡están bien buenas!- E hizo cara y gestos, al recordarlas, de sentir placer.

No podía soportarlo más, mis demás acompañantes ya me habían alcanzado y le contesté a ese niño: - No quiero tus drogas, estás loco si crees que voy a comprártelas.

Nos alejamos, yo apuraba el paso de los demás, ya que en el fondo sabía que el loco no era él. Al contrario, él, ellos, eran el resultado de que tú y yo, de que nosotros no hubiéramos hecho nada.

Mientras nos marchábamos de la montaña me mentía a mí misma: Ya es demasiado tarde.
Desde entonces, no puedo olvidar el olor de esa montaña ahora inexistente y las voces de los niños inexistentes también, bajo tierra ya.

PD. No a la minería en Wirikuta ni en la montaña de Guerrero