Dicen que la voluntad es la capacidad que nos mueve a actuar de manera intencionada, con conocimiento pleno de las razones por las cuales elegimos A y no B, esquivando dificultades y contratiempos. Dicen también que “la voluntad traspasa montañas” y que “quien tiene la voluntad tiene la fuerza”.
Además dicen que lo voluntario es aquello que se hace por espontánea voluntad y no por obligación o deber. Por el contrario, dicen que lo involuntario sucede sin ser causado por la voluntad de alguien.
Lo que nadie dice es que la materialización y la articulación entre estos conceptos, de la manera en que los define el diccionario, los filósofos, el tiempo, la historia… en mí, nunca ha existido. Porque entonces, cómo explicar que:
Voluntariamente, quiero que se desdibuje de mí el rastro de tu sonrisa, involuntariamente quiero ser yo quien la provoque;
Voluntariamente, quiero impedir que tu mirada me cautive, involuntariamente quiera que nos comamos con la mirada;
Voluntariamente, quiero aceptar tu ausencia; involuntariamente clamo tu presencia;
Voluntariamente, quiero irme a algún lugar lejano en el que no tenga que encontrarte con frecuencia; involuntariamente quisiera que nos fuéramos juntos;
Voluntariamente, quiero apostarle a que el tiempo me hará olvidarte; involuntariamente quisiera que trascendiéramos al tiempo y al espacio;
Voluntariamente, quiero no llorar más por ti; involuntariamente quisiera que vengas a secar mis lágrimas:
Voluntariamente, quiero irme a dormir para dejar de pensar en ti; involuntariamente anhelo soñar contigo;
Voluntariamente, intentamos que nuestra relación fuera pasaporte; involuntariamente se convirtió en grillete;
Voluntariamente, entiendo que esto nunca debió haber comenzado; involuntariamente suspiro porque nunca hubiera terminado.
Voluntariamente, entiendo que esto nunca debió haber comenzado; involuntariamente suspiro porque nunca hubiera terminado.
¿Querer es poder?
Proposición vacía de un sordo y ciego “yo” individualista delirando que todo lo puede.