lunes, 7 de diciembre de 2009

El árbol, la luna y yo.

Lugares distantes... no pude cerrar los ojos para abrazarte. No se decía nada y se sentía mucho (parece que esa actitud se va haciendo costumbre).
Los problemas ebullían en la plataforma verde y cafe sobre mis pies, antes, durante y después de la persecusión de los recuerdos. No me dejaba nada bueno, pero ahí estaba, intentando que el insomnio no te soñara, que la memoria no te recordara y que el silencio no te gritara.
Deseaba hablar, pero las miradas fueron suficientes cuando las palabras enmudecieron. Ya sé que lo había dicho antes, pero era necesario repetirlo, fue la última pieza del estúpido juego en el que pretendimos estar.
Sin embargo, ahí estaba yo, intentando ser entre notas que subían y bajaban, cuando la luna que había estado oculta por varias nubes egoístas, dejó escapar algunos rayos de luz y atrajo mi mirada. Volteé hacia arriba y ahora totalmente desprendida de la opresión causada por esas gotas de agua microscópicas suspendidas en la atmósfera, la luna me regalo sus destellos reflejados en las hojas de nieve que pendían del árbol que me sirvió como primer refugio nocturno.
Sin despegar la mirada del cielo, hacia las ramas del árbol que alcanzaban a tocar la profundidad de la luna, ví una hoja caer lentamente ante mis pies y comprendí que era mejor que sólo fuésemos el árbol, la luna y yo.
El momento de contemplación acabo muy pronto, interrumpido por ruidos inaudibles de seres que también pretendían simular y actuar en su propio juego. Y... ¿qué fue lo que aprendí?
Que siempre es necesario voltear hacia arriba.

2 comentarios:

  1. Hola..! como te va?
    bueno, me encantó! ...

    Cheers!,
    Mariel Osorio

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  2. En ocasiones no es necesario articular palabras para hablar con la mirada.

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