domingo, 18 de octubre de 2009

Salir-se.

Pensó que no podía perder ni un instante.

Sacó de una pequeña bolsa negra 8 recuerdos, 7 bolsas de té de distintos sabores, 23 abrazos lejanos, una dosis de voluntad y los guardó entre su ropa. Era lo único que necesitaba para poder salir. Lo intentó, pero aún faltaba algo.

Fue entonces cuando pensó en ti. Decidió intercambiar su mirada (con todo lo que a lo largo de 25 años se había acumulado en un par de ojos) por una sonrisa tuya. Cuando apareció la imagen de tu rostro con ese gesto que siempre mata sintió sus piernas de pluma... la noche se incendió y ella se elevó...
No se sintió culpable por huir mientras atravesaba los cielos al lado de plumas de colores.
Había salido. El olor a libertad se transformó rápidamente en olor a mar. Estaba en una playa desierta, el atardecer le regaló reflejos de cielo de color dorado, café, naranja...
Mientras caían los últimos rayos de luz, corrió por la oscura arena que era imposible de describir tan mojada, tan fuerte, tan viva.




Cayó. Su rostro y su cuerpo quedaron entre la arena. No resultó incómodo, al contrario, era sumamente cálido y resultaba hasta natural. Se quedó ahí tendida un largo rato. Después se acercó más a la orilla del mar. Se sentó por un momento y dejó, divertida, que las olas la empaparan. Cada ola que tocaba su piel, hacía resurgir sus esperanzas de un mejor mañana, o al menos uno diferente.






Una ola más fuerte que las demás la sumergió en el mar. Adentro abrió los ojos y se vio a sí misma como nunca lo había hecho y por primera vez se sintió satisfecha.


Cuando emergió del mar -y del ejercicio de autocontemplación-, salió a una playa diferente, donde se encontraba un vendedor de ilusiones. Se acercó a él, quién se negó a decir palabra alguna; sólo se limitó a señalar la mercancía.


Incrustadas en la arena, se encontraban arrecifes de alegría, corales de pasión, conchas de respuestas, estrellas de mar de confianza, erizos de elocuencia... Vio unas conchas que le interesaron especialmente. Venían en par, eran de un blanco pulcro, brilloso; con delgadas lineas color de naranja. Eran conchas de esperanza. Volteó a ver al vendedor y éste asintió lentamente. Alargó su mano y justo cuando estaba a punto de tomarlas una ola se llevó toda la mercancía.

Todo fue sumamente rápido, vertiginoso e increíblemente confuso. En un instante corrió tras la ola que se llevaba esa mercancía tan valiosa. Logró asir una de las conchas, pero al hacerlo un remolino de mar se la llevó a ella también y quién sabe cómo, la expulsó de aquel (¿no?)-lugar.

Apareció de nuevo en un estrecho cuarto con paredes blancas y un techo inusualmente alto. Detrás de ella, había un hilo de agua de mar en el piso que creacía continuamente por el escurrir de su ropa y la ventana por la que entró la primera vez. Intentó por 246 horas volver a entrar, abrirla, tocarla, que aparecieran instrucciones, pero nada ocurrió.
Cansada y con plena conciencia de que jamás regresaría, salió del lugar. En su mano llevaba un pedazo de la concha blanca con naranja, que en algún momento -nunca supo muy bien cuándo ni cómo- se hizo trizas.


En alguna ocasión le pregunté si añoraba poder regresar a ese (¿no?)-lugar.Me contestó pausadamente:
"A veces, casi nunca... siempre"
* Las fotos son de La Carpa Michoacán. Mi no-lugar favorito

1 comentario:

  1. Tu texto, tus olas, tu imaginación, tus amoríos, tus letras... mi sueño, mi noche, mi desesperación, mi tarea incompleta, todo se suma en este momento para decirte: "Sara, nadie vende conchas de esperanza, de ser así de todas maneras no las compraría, no necesitamos esperanza, necesitamos coraje y acciones, ya lo he dicho.. los soñadores deben dormir para serlo, los revolucionarios los desvelados actuamos, no soñamos, en este caso, no esperamos" pero bueno... ya no digo nada que luego me limitas de la manera mas cruel y represiva posible:(

    aLinnoize!

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